En las tierras altas de los Andes, el Museo Arqueológico de Sillustani, cerca de Puno, Perú, se ha convertido en un epicentro de asombro gracias a una exhibición extraordinaria: las momias de antiguos guerreros, preservadas durante siglos, que ahora deslumbran a visitantes y académicos por igual. Estos restos, desenterrados en las chullpas (torres funerarias) de la región, no son solo reliquias; son guardianes de un pasado bélico que revela la destreza, la fe y el sacrificio de las culturas preincaicas. Su presencia en el museo, en la ruta hacia el lago Titicaca, está redefiniendo nuestra comprensión de la historia andina.
Las momias, datadas entre los siglos XII y XV, pertenecen principalmente a la cultura Colla, un pueblo conocido por su resistencia frente a los incas. Encontradas en posición fetal, envueltas en textiles finos y rodeadas de armas como hondas, arcos y mazas de piedra, estas figuras eran claramente guerreros de élite. La preservación, gracias al clima seco y frío de Sillustani, es asombrosa: algunos conservan cabello, piel e incluso tatuajes que sugieren rangos militares. Los análisis de 2024, usando tomografías, revelaron heridas de batalla—fracturas craneales, costillas rotas—confirmando vidas marcadas por el combate.

El museo, un tesoro en la ruta a Puno, ha transformado sus salas para destacar estas momias. Las vitrinas, iluminadas con suavidad, muestran lanzas de obsidiana y escudos de cuero junto a los restos, mientras paneles explican su contexto. Los Colla, aliados del lago Titicaca, defendían territorios clave contra rivales como los Lupaca. Las chullpas, construidas como mausoleos, no solo albergaban cuerpos, sino también ofrendas—cerámicas, plumas, alimentos—que sugieren creencias en una vida más allá, donde los guerreros seguirían luchando. En X, los visitantes comparten fotos con #SillustaniWarriors, maravillados por la conexión tangible con el pasado.

El impacto va más allá de la estética. Los arqueólogos, liderados por expertos de la Universidad Nacional del Altiplano, han identificado dietas ricas en quinoa y pescado en los restos, indicando una sociedad bien organizada. Sin embargo, la presencia de heridas sin sanar plantea preguntas: ¿murieron en batalla, o fueron sacrificados ritualmente tras la victoria? Algunos especulan en X que las momias eran líderes venerados, enterrados para proteger espiritualmente a sus clanes. Otros ven paralelos con los incas, quienes momificaban a sus nobles.
La exhibición también despierta debates éticos. ¿Deberían estos guerreros, guardianes de su pueblo, permanecer expuestos, o ser devueltos a la tierra? El museo, consciente de la sensibilidad, colabora con comunidades locales para honrar las tradiciones andinas, integrando rituales de respeto en la curaduría. Mientras tanto, los turistas, atraídos por la magia de Puno, llenan los pasillos, hipnotizados por rostros que parecen vigilar desde la eternidad.

Estas momias, más que objetos, son narradoras de un mundo perdido. Cada lanza, cada hueso, cuenta una historia de valor y resistencia. En el camino a Puno, Sillustani se erige como un faro, protegiendo el pasado mientras ilumina el presente, y estas almas guerreras, en silencio, siguen cautivando al mundo.