Madrid — La noche en Cincinnati estaba tranquila, pero el ambiente en la zona mixta del torneo cambió de repente cuando Carlos Alcaraz, visiblemente emocionado, se detuvo frente a los periodistas. Con la voz temblorosa y los ojos enrojecidos, el número uno del mundo pronunció unas palabras que sorprendieron a todos: “No quiero seguir guardándolo en secreto, perdóname, por favor”. El joven tenista español, conocido por su sonrisa constante y su energía inagotable en la pista, decidió abrir su corazón después de años de silencio.
Desde que irrumpió en la élite del tenis mundial en 2022, Alcaraz ha vivido un ascenso meteórico. Ganó Wimbledon, el US Open y varios Masters 1000, consolidándose como el heredero natural de Rafael Nadal. Sin embargo, detrás de los trofeos y la fama, llevaba un peso que pocos conocían. En su declaración, confesó que había estado luchando contra una sensación de vacío y soledad, incluso en los momentos de mayor éxito. “Llegaba a la habitación de hotel después de ganar y no sentía nada. Ni felicidad, ni orgullo, solo un vacío enorme. Me decía que debía ser fuerte, pero cada día era más difícil”, admitió.
Algunos miembros de su equipo técnico reconocieron después que no se imaginaban el grado de dificultad que atravesaba el murciano. El detonante para esta confesión fue, según él, una conversación con un amigo de la infancia hace tres semanas. “Me preguntó si era feliz de verdad. Me di cuenta de que no sabía qué responder”, relató Alcaraz. Esa simple pregunta lo llevó a reflexionar sobre la imagen de perfección que proyectaba y la realidad que vivía.
Las reacciones no se hicieron esperar. Rafael Nadal le dedicó un mensaje en redes sociales diciendo: “Orgulloso de ti, Carlos. Ser valiente no es ganar un Grand Slam, es decir la verdad cuando más cuesta”. Novak Djokovic, habitual rival en las pistas, escribió: “Todos somos humanos. Gracias por recordárnoslo”. Naomi Osaka, que en el pasado habló abiertamente sobre sus propios problemas de salud mental, también le envió un mensaje de apoyo: “No estás solo en esto”.
En una parte especialmente dolorosa de su testimonio, Alcaraz contó que no solo él estaba sufriendo. Su hermano menor, Jaime, de 13 años, había sido víctima de acoso escolar debido a la fama de Carlos. “Me sentía culpable. Pensaba que todo lo que conseguía en la pista traía consecuencias negativas para él. Por eso callé tanto tiempo, para protegerlo”, explicó. Este detalle generó una ola de indignación entre aficionados y expertos, que pidieron más apoyo institucional para las familias de los atletas de alto nivel.
Tras su confesión, Alcaraz anunció que tomará un breve descanso del circuito después del US Open para “recuperar el equilibrio” y pasar más tiempo con su familia en Murcia. Dijo que trabajará con psicólogos deportivos y utilizará su visibilidad para promover la importancia de la salud mental en el deporte. “Quiero que los niños que sueñan con ser campeones sepan que también está bien pedir ayuda”, expresó.
Aunque sus primeras palabras llamaron la atención, la frase más compartida en redes sociales fue la que usó para cerrar su intervención: “Los trofeos brillan, pero las personas somos las que damos luz”. En menos de 24 horas, millones de usuarios habían repetido esas doce palabras, considerándolas un recordatorio poderoso de que la vida va más allá de los títulos y los logros profesionales.
Al día siguiente, durante su último entrenamiento previo al debut en el torneo de Cincinnati, Alcaraz fue recibido por cientos de aficionados con pancartas que decían “¡Fuerza, Carlos!” y “Contigo siempre”. El tenista, emocionado, se acercó para firmar autógrafos, abrazó a varios niños y recibió pulseras de colores como muestra de apoyo. Quizá no gane un título esta semana, pero ha conquistado algo más profundo: el respeto y el cariño de millones de personas en todo el mundo. Y en un deporte tan exigente como el tenis, esa puede ser la victoria más importante de todas.