CINCINNATI – La final del Masters 1000 de Cincinnati 2025 quedará en la memoria no solo por el tenis de altísimo nivel desplegado entre Carlos Alcaraz y Jannik Sinner, sino también por un episodio cargado de tensión, emoción y un toque de misterio que dividió opiniones y encendió el debate en el mundo del deporte.
Era el tercer set. El marcador mostraba un ajustado 4-3 a favor de Alcaraz. El murciano, con su característico ímpetu y agresividad, dominaba el ritmo del juego, mientras Sinner, visiblemente cansado, luchaba por mantenerse a flote. De pronto, desde una de las gradas centrales, un grupo de aficionados comenzó a corear a viva voz:
“¡Vamos Sinner! ¡Vamos Sinner!”.
Lo que empezó como un aliento entusiasta pronto se transformó en un coro ensordecedor, acompañado de aplausos rítmicos que resonaban como tambores de guerra en el estadio. Cada saque de Alcaraz se veía interrumpido por la euforia. El ambiente, lejos de ser de respeto, se convirtió en una especie de arena romana.
Carlos, visiblemente incómodo, detuvo el partido. Caminó con paso firme hacia la silla del juez y luego, girándose hacia el público, levantó la mano y exclamó:
—“¡Por favor, tengan un poco de respeto!”
La multitud quedó en silencio por unos segundos, sorprendida por la inusual petición. La tensión podía cortarse con un cuchillo.
Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado. Jannik Sinner, con una calma sorprendente, dejó su raqueta sobre el suelo, caminó lentamente hacia la red y, mirando a Carlos, hizo un gesto enigmático: se llevó el dedo índice a los labios, pidiendo silencio, pero acto seguido lo levantó hacia el cielo, como si señalara algo más allá del partido.
El público enmudeció. Algunos interpretaron el gesto como una invitación a la calma y al respeto mutuo. Otros, más supersticiosos, aseguraron que Sinner quiso enviar un mensaje: que el tenis, más allá de la presión y la rivalidad, debe recordarnos algo más trascendente.
La versión oficial del ATP fue clara: “Sinner buscaba simplemente apaciguar a los aficionados y mostrar solidaridad con Alcaraz en un momento complicado”. Sin embargo, distintos periodistas presentes en la pista coincidieron en que el gesto tuvo una fuerza simbólica inusual.
Un testigo aseguró que en las primeras filas se encontraba un grupo de hinchas italianos con pancartas que hacían referencia a la historia personal de Sinner, recordándole sus raíces en San Candido y su humildad. “Ese dedo hacia el cielo fue un homenaje a su familia, a quienes siempre lo acompañan en espíritu”, comentó un aficionado.
Otros, en cambio, ven la escena como un acto psicológico: un intento de Sinner de cambiar el pulso emocional del partido, enfriando el ímpetu de Alcaraz y recuperando control en medio del caos.
Lo cierto es que tras aquel episodio, el encuentro tomó un rumbo diferente. Alcaraz, aunque mantuvo su agresividad, mostró una ligera incomodidad. Cada punto ganado parecía menos liberador, más pesado. Por su parte, Sinner, como si hubiera encontrado nueva energía en ese instante, elevó su nivel de juego. Sus golpes de fondo recuperaron precisión milimétrica y su servicio volvió a ser un arma letal.
El set se extendió hasta el tie-break. El público, ahora en un silencio reverencial, contenía la respiración en cada intercambio. Al final, fue Alcaraz quien se llevó la victoria con un 7-6 dramático, pero la sensación general era que ambos jugadores habían ofrecido mucho más que tenis.
Los analistas coincidieron en que la final pasará a la historia no solo por la calidad deportiva, sino por la carga emocional que se vivió. “Nunca había visto a dos rivales tan jóvenes manejar con tanta madurez un momento así”, declaró John McEnroe en la retransmisión.
Lo fascinante de esta historia es que, entre la verdad y la especulación, el gesto de Sinner se ha convertido en leyenda. Algunos lo comparan con los símbolos de fair play que marcaron la historia del deporte, como cuando Federer pedía silencio al público o cuando Nadal aplaudía un golpe ganador de su rival. Pero lo de Cincinnati tuvo un matiz casi poético, como si Sinner hubiera querido recordarnos que el tenis es, ante todo, un acto de respeto y humanidad.
Días después, en una rueda de prensa, a Sinner se le preguntó directamente por aquel gesto. Con una sonrisa tímida, respondió:
—“No hay nada que explicar. A veces el silencio dice más que mil palabras”.
Y así, lo ocurrido en Cincinnati quedó grabado no solo en los libros de resultados, sino en la memoria colectiva de los aficionados. Porque más allá de la victoria de Alcaraz, lo que todos recordarán será aquel instante en que el tenis dejó de ser únicamente un deporte y se transformó, por unos segundos, en un lenguaje universal de respeto, emoción y misterio.